La vida en el pueblo

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El idioma

 

El idioma que hablábamos entre las gentes del pueblo era el galego, perseguido por "señoritos" y "cultos" desde la época de los Reyes Católicos, quienes dieron órdenes de escribir todo en castellano. En la escuela los niños éramos obligados a hablar castellano. O mejor dicho, castrapo, ya que realmente el castellano no lo conocíamos. Era triste no poder expresarnos en nuestra lengua y más triste era cuando los profesores nos humillaban y castigaban por decir las cosas tal y como las habíamos aprendido de nuestros padres.
Yo recuerdo perfectamente ver en el libro "Rayas primero", con el que mi generación aprendió a leer, un dibujo de lo que yo conocía como un caldeiro, pero que debajo tenía escrito: "cubo". Era difícil para nosotros asociar lo que se veía con lo que se leía y por consiguiente el valor pedagógico del dibujo era contraproducente. Se contaba como anécdota la del profesor que le enseñaba las primeras sílabas al niño, mostrando al mismo tiempo un dibujo de la palabra en cuestión:
" La t con la a, ta; la z con la a, za"- decía el niño repitiendo lo que oía al profesor
Y finalmente, al ver el dibujo que su profesor le señalaba, el niño unía las sílabas diciendo:
"Cun-ca"
La misa se decía toda en latín y el sermón en castellano; en gallego prácticamente ni palabra. Cuando un labrador iba al médico, al abogado, etc., estos le hablaban en castellano y a veces se permitían el lujo de reírse cuando el pobre paisano decía alguna palabra "incorrecta". Es incomprensible que las personas llamadas "cultas" no imaginasen lo que sufría el campesino, que se desplazaba a la ciudad quizás por primera vez (y que cuando lo hacía era por una situación extrema), y lo que recibía, como primera barrera, era alguien que le imponía otro idioma. Si tenemos en cuenta que además el diálogo podía versar sobre el funcionamiento del cuerpo humano, y si añadimos la timidez y el pudor de estas sencillas gentes, muchos médicos de la capital debieron de pensar que en el campo la mayoría de los habitantes eran mudos o tartamudos. El labrador llegó a creer que su propia lengua era motivo de vergüenza. Cansado de tantas burlas, si alguna vez tenía la posibilidad de dejar el campo e ir al pueblo o a la ciudad, se empeñaba en mostrar a sus hijos la necesidad de que hablaran el castellano... que él no sabía.
Muchas barbaridades se hicieron en nombre de la castellanización del gallego. Se cambiaron nombres de pueblos y ciudades. Famoso es el caso de aquel pueblecito de las montañas gallegas que se llama "Niñodaguia". ¿Cabe pensar un nombre más bello para un pueblo de montaña que "Niñodaguia" ("Nido del Aguila")? Pues algún "intelectual", en su obsesión por traducir todo lo que veía en gallego, lo convirtió por decreto en "Niño de Aguila".
Actualmente, con la llegada de la democracia, la aprobación del Estatuto de Autonomía y la "Ley de normalización lingüística de 1983", el gallego va ganando, aunque muy lentamente, puestos en la sociedad. Al revés que antaño, hoy son los profesores, los universitarios, los medios de comunicación, quienes se expresan en gallego. La propia Iglesia se sumó a esta corriente, y debo confesar lo grato que fue para mí oír, hace no mucho tiempo, un funeral cantado en gallego. No se me ocurre mejor homenaje de despedida, que hacerlo en su propio idioma.
De todas maneras, aún queda mucho camino por recorrer, y los que amamos nuestra lengua y la consideramos parte de nuestra propia circunstancia, seguiremos esperando, al igual que el profesor Alvaro Cunqueiro:
"Mil primaveiras máis para a lingua galega".