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O entruido

 

O Entruido o Carnaval, es una de las fiestas más populares de Galicia. Aún en plena dictadura, cuando en muchas partes de España estaban prohibidos, se celebraban estas fiestas. La actividad central de estas fiestas era la de... comer hasta reventar. El domingo, lunes y martes de Carnaval eran los días del año en que se tiraba la casa por la ventana a la hora de comer.
Una actividad secundaria era la de disfrazarse. Los disfraces que nos poníamos los chavales se llamaban varredoiros. Nos poníamos las ropas más viejas y rotas posibles (lo cual no era muy difícil de encontrar), y o bien nos pintábamos la cara con ceniza (la mejor era la que se cogía de la sartén) o bien nos hacíamos unas caretas de cartón. De esa guisa nos paseábamos por caminos y corrales, corríamos detrás de los niños más pequeños... y a veces delante de los mayores. También entrábamos en las casas, donde nos daban una participación en comida o bebida, y de la que había que desconfiar ya que podía tener alguna entruidada. Por ejemplo, una filloa podía llevar un trapo muy fino, una media o unos hilos en su interior que se enganchaban en los dientes al ir a comerla; te podían dar vinagre en lugar de vino, café con sal, o hueso por carne, etc.
En tiempo de mi padre, se hacía una concentración en la carballeira do Carme do Briño; le llamaban el día de “máscaras”. Allí iban vecinos de varias aldeas y lugares, disfrazados y con sacos de harina o barro en polvo, para tirárselo unos a otros, sobre todo a los que no concursaban e iban de mirones.
Otra actividad propia de la ocasión era a corrida do galo. Para ello se formaba una comisión de vecinos y compraban un gallo. El domingo de Carnaval, se colocaban dos postes unidos por un alambre, del que se colgaba el maltratado animal por las patas. El que quería participar pagaba una cuota, de acuerdo con el valor del gallo. Se le vendaban los ojos, se le hacía girar sobre sí mismo a varios metros del gallo y, con un palo en las manos, tenía que acertar a golpear al gallo, en un plazo de tiempo predeterminado, para obtenerlo como premio. El público se divertía desorientando al participante. Recuerdo en una ocasión que a base de gritar: “a dereita, a esquerda, máis adiante...”, fueron llevando a uno hasta que cayó al río, a más de quinientos metros del gallo. Si sólo había un gallo, al acertante se le pagaba en efectivo, ya que el gallo tenía que volver, el martes siguiente, segundo y último día. Si este día no había ganador, los de la comisión mataban el gallo y se lo comían en la taberna del pueblo.
Asimismo, as regueifas eran propias del Carnaval, aunque también era común oírlas en las bodas, al final del banquete. Para ello se hacía un bollo sin levadura (pues con levadura era pecado), muy grande y se pintaba con huevo. Después de cocido se adornaba con caramelos y flores de papel. Entonces se reunían varios hombres para cantar la regueifa. Esta se llevaba a cabo entre dos participantes, donde uno y otro improvisaban coplas alternativamente, que rimaban perfectamente y donde iban saliendo frases pícaras, burlonas, etc. Tenían una duración de varias horas y al final ganaba el que tenía más recursos y respondía más y mejor. El ganador mandaba salir entonces a regueifa, que hasta el momento no se había presentado, saliendo una mujer con ella en la cabeza y así tenía que bailar a muiñeira. La regueifa se dividía entre los participantes, y seguía el baile entre todos los presentes. Cuando los vecinos de lugares próximos se enteraban donde había regueifa, intentaban robarla por todos los medios para que cuando al final los cantores pidieran que saliera, esta no existiera. Ello daba origen a grandes represalias.