De lo personal y lo familiar

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La "mili"

 

El día 1 de septiembre de 1960, tuvo lugar mi incorporación a las filas del glorioso ejército español, para servir a la patria... y a quien mis superiores mandasen.
Ante todo debo dejar claro que mi vocación castrense era muy similar a la del resto de mi familia, es decir... nula. Ninguno de mis abuelos, por ejemplo, fue a la “mili” (servir ó rei, se decía). Del materno ignoro la causa pues el certificado expedido a su petición el 7 de diciembre de 1878 simplemente dice: “Declarado exento”, pero posiblemente se librara porque su tío y protector, el perito agrícola José Durán, se encargase de mover los hilos necesarios. De el abuelo paterno, en escrito del 20 de febrero de 1893, se dice:

“... se pide su exención, por ser hijo de soltera y al ser su madre pobre, necesita su auxilio”

 

Mi padre, en escrito de 20 de mayo de 1920, es declarado inútil. La causa, aunque no aparece en el mismo, fue por tener los pies planos. Los cuatro hermanos de mi padre también se libraron. José, el mayor, por excedente de cupo; Jesús y Manuel, por emigrar a Buenos Aires antes de entrar en quintas; y Ramón por padecer parálisis de ambas piernas. Y también mis tres hermanos fueron declarados inútiles, por distintas causas. José María, por tener los pies varos; Jesús, por padecer de corazón, y Serafín por malformación de los pies. Mi hijo, hombre respetuoso con las costumbres familiares, ha recuperado esta vieja tradición, y fue declarado inútil por ser alérgico, ...sin duda, con gran pesar suyo. Y para cuando mis nietos lleguen a la edad de incorporarse a filas, la “mili” obligatoria ya no existirá.

En resumen, que tanto ascendente, colateral y descendente, el único en cinco generaciones que hizo el servicio militar, fui yo ... ¡y porque me presenté voluntario!

La verdad es que había serias dudas sobre si mi asma sería motivo de exclusión o no de la “mili”, y a lo que yo tenía verdadero miedo era a que, en caso de tener que hacerla, me tocara como destino alguna de las posesiones del imperio colonial español en Africa. Y no se trataba sólo de Ceuta y Melilla. Por aquel entonces estaban el Sahara, Guinea, Fernando Poo ... Cosa que, dicho sea de paso, así habría sucedido si no me hubiese presentado voluntario, ya que la letra de mi apellido en el Ayuntamiento de Zas fue “agraciada” con ese destino, en el sorteo que se celebró un par de meses después. Así, por ejemplo, a Ifni se fue mi vecino José Pazos “Dego”. Allí estuvo sentado haciendo guardia en una duna a dos palmeras y tres camellos, durante más de un año. En los 16 meses que duraba entonces este servicio, no llegó a conocer más de media docena de personas.

Por esta razón me busqué una buena recomendación. Nada menos que la del hoy general de sanidad retirado D. Ovidio Vidal Ríos (por cierto último general nombrado por Franco), natural de Baio y que, ¿cómo no? también había sido mi médico. Así me incorporé como voluntario al Regimiento de Sanidad de La Coruña. El segundo día, y después de un examen, fui destinado a la Jefatura de Sanidad (esto sin recomendación alguna). Con la ropa de militar bajo el brazo me presenté al comandante médico D. Aquilino Fernández. A mí nadie me había enseñado norma alguna, ni siquiera como tratar al coronel, así que puse cara seria, más tieso que un huso, y saludé como había visto hacer en las películas y en los desfiles. Al cabo de un mes me llamaron del cuartel para decirme que tenía que hacer las prácticas para jurar bandera al día siguiente, lo cual, teniendo en cuenta la precipitación y el poco tiempo disponible, salió bastante bien.

 

Mi servicio militar fue bastante atípico. Los médicos (en otro de los muchos errores que cometieron conmigo) me habían aconsejado operarme de amígdalas para evitar unas erupciones que se me ponían en la piel, añadiendo que de paso me beneficiaría el asma. Las erupciones siguen donde estaban, y en cuanto al efecto sobre el asma hay serias posibilidades de que fuese contraproducente. El caso es que después de consultar a los militares y a los civiles decidí operarme en el Hospital Militar. Allí me salía gratis y con ello evitaba gastos a la familia. El día que llegué con la documentación de ingreso me enteré que se casaba el capitán médico que me iba a operar, D. Cándido López Chaves. Entonces le dije que si no me operaba él, el suplente (Dr. Sarandeses) tampoco. Cuando salía por la puerta, se me acercó una monja, Sor María, que estaba al cargo de la consulta del hospital y me dijo que ella necesitaba alguien para llevar las fichas de los enfermos. Si me interesaba me garantizaba que lo iba pasar muy bien, dado que iba a estar tres meses allí y tres de permiso y con pase de pernocta. Como mi destino estaba al lado mismo del hospital, en la Jefatura de Sanidad, salí a comunicárselo al comandante. Este me dijo que de ninguna manera, que o me operaban o volvía a la jefatura. Pero más tarde habló con la monja y entre los dos decidieron que durante las horas de consulta estaría en el hospital y el resto del tiempo en la jefatura. Debí ser el único soldado de mi reemplazo con pluriempleo y sin permisos (sólo los cuarenta y cinco días que me concedía la ley). No obstante podía con todo pues ambos trabajos eran sólo por las mañanas.

 

Lo bueno ocurrió al cabo de un mes. La monja no me había dado de alta en el hospital, ni tampoco había devuelto la documentación al cuartel, mientras que allí sí había sido dado de baja. Yo, por mi parte, al medio día me iba para casa, como me habían dicho. Y así, un buen día, de buenas a primeras, me enteré... de que era prófugo. Afortunadamente siempre hay alguien dispuesto a darte un buen consejo cuando lo necesitas. Así, el “bueno” del sargento Bentosinos (creo que así se llamaba pues, a pesar de ser el sargento de mi compañía, tan solo le vi un par de veces), me dio por teléfono la siguiente solución. Cuando llevaba ya más de un año de “mili”, me sugirió que anulara mi compromiso como voluntario con el ejército, me marchara a casa... y luego me incorporase de nuevo con el reemplazo normal de mi quinta. Este hombre debía de pretender que yo hiciera toda la “mili” que no se había hecho en mi familia durante generaciones. Gracias que tenía buena recomendación y estaba bien considerado, que si no... Al final hablé con el capitán médico de la compañía D. Eusebio García y no tuve necesidad ni de recurrir a las recomendaciones ni de ver al “señor” sargento. Eso sí, perdí la paga de todo el mes, que en aquella época ascendía a la nada despreciable suma de... 50 céntimos diarios, o sea, 15 pesetas al mes. Cuatro días antes de licenciarme, me operaron, y del hospital a casa el 30 de abril de 1962, después de cumplir mis reglamentarios 20 meses de servicio militar voluntario.