Creencias y supersticiones

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Tres mujeres famosas

 

La provincia de A Coruña es cuna de tres grandes escritoras: Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal. Pero no es a estas, evidentemente, a las que voy a referirme, pues para ello ya hay otros estudiosos, sino a otras que aunque no pasarán a la posteridad, si se puede decir que fueron sin duda más conocidas que las primeras en la zona de Soneira y Bergantiños. Estas tres famosas mujeres fueron: “A meiga de Baiñas”, “A dentista de Reparada” y “A compoñedora de Lema”.
“A meiga de Baiñas” era conocida también como “A carteira de Baiñas” y no precisamente por ser funcionaria de correos, sino por su forma de adivinar el futuro echando las cartas. Esta mujer tenía su “consulta” en Baiñas, en una casa muy grande rodeada de alprendes, siempre abarrotada de personas que acudían allí con la esperanza de que a meiga diese contestación a sus preguntas: qué enfermedad tenían, cómo curarla, qué había sido de la familia que emigró a las Américas y de los que no se sabía nada, quien ganaría un pleito por unas tierras, cómo sería la cosecha de maíz, etc., etc. A pesar de la cantidad de gente que iba a meiga nadie lo reconocía abiertamente pues en el pueblo estaba mal visto esto de “andar metido en meigallos”. Por esta razón la gente iba a escondidas, aunque luego allí se diesen los inevitables encontronazos y se oyesen cosas como:
-”!Home Xosé¡ ¿Quen ía pensalo? !Ti indo ás meigas¡”
- “Pois mira que ti...”
Yo fui un par de veces a su “consulta”. La primera cuando tenía nueve o diez años y lo hice con Gumersindo Vidal, hoy mi cuñado. Yo iba por mi enfermedad, y él por su madre que estaba encamada. Como se puede ver, no era imprescindible que fuera la persona en cuestión, sino que bastaba con llevar una prenda suya en representación, en este caso una camiseta. Para evitar que nos vieran los vecinos y para recorrer en el día las cinco leguas ( más de 20 km.) que nos separan del lugar, salimos a las cuatro de la mañana montados en dos caballerías. De la consulta recuerdo poco. Sé que a meiga tenía un solo libro, muy sobado y no muy grande (de unas cuatrocientas páginas) en el que ella veía la solución a todas las cuestiones, fuesen del tipo que fuesen. Sentado frente a ella el “cliente” decía su nombre y contaba su problema. Ella, una vez enterada del caso, abría el libro al azar, pasaba un par de páginas con cara de estar muy concentrada y, en un momento dado, saltaba llena de entusiasmo y alegría: había encontrado la respuesta. El tratamiento solía variar de unos casos a otros pero uno de los más curiosos consistía en un novenario, que solía coincidir con las épocas de mayor trabajo en el campo, durante el cual el “paciente” se levantaba por las mañanas y tras los consabidos ritos y conxuros era enviado con un sacho o una hoz a trabajar las tierras de a meiga. Con esta singular medida, a cambio de comida y cama, eso sí, la meiga se aseguraba mano de obra gratis cuando más necesaria era. Por supuesto los honorarios profesionales del novenario y la consulta había que pagarlos aparte, por lo que el negocio era redondo. De esto se libraban los que estaban realmente enfermos y no podían trabajar (de ahí que no le importase que en lugar del enfermo acudiese a la consulta un familiar más sano y fuerte).
“A dentista de Reparada” era dentista, no por haber seguido la carrera de medicina, sino por herencia. Con las tenazas, heredadas de un familiar, se dedicaba al difícil arte de “sacamuelas”, aunque también era capaz de realizar mediciones y colocar posteriormente las prótesis dentales. En una Galicia en la que ir al médico se dejaba siempre como última solución, y aún más al dentista, que implicaba tener que desplazarse a Santiago o A Coruña, era lógico que siempre que se veía a alguien con un pañuelo sujetando la mandíbula a la cabeza, se le diese invariablemente el mismo consejo:
- “Vai á dentista que é mellor que o médico e ademais cobra menos”
En honor a la verdad he de decir que tenía reconocida fama de ser muy buena.
“A compoñedora de Lema”. De las tres, fue a ésta la que mejor conocí. Era una mujer muy alegre y vivaracha, aunque siempre vestía de negro en señal de luto por su marido. “Que en paz descanse”, decía ella siempre.
Había quedado viuda muy joven, y tuvo un hijo después de morir su marido, aunque las malas lenguas, que nunca faltan, aseguraban que fue bastante después de los nueve meses de muerto aquel.
La especialidad de esta mujer era la de compoñer huesos y músculos, y curar torceduras. Para ello se ayudaba de sus manos, un ungüento, y en ocasiones unas tablillas, vendas y tiras de esparadrapo. Pasaba consulta en varios sitios: los jueves y domingos de feria en Carballo; el viernes en A Coruña, en la calle Santa Catalina en la casa de Nicanor Escudero; los martes en Miño, y el resto de los días en su casa de San Cristóbal de Lema. La “consulta” en Carballo la pasaba en la casa donde yo tenía la pensión, lo que me dio oportunidad de hablar con ella muchas veces. Era totalmente analfabeta, no sabía ni leer ni escribir. Cuando tuvimos confianza, era yo el que al final del día le contaba el dinero que había ganado. Hubo ocasiones en que llegué a contar en un solo día cuatro o cinco mil pesetas (téngase en cuenta que por aquel entonces yo, con un digno sueldo de contable, ganaba tres mil pesetas al mes). Bromeaba con ella y le proponía abandonar mis contabilidades, y aprender de ella su oficio y luego comprarle su clientela (entre la cual se contaba gente muy culta y adinerada) que los domingos hacían llegar la cola de la consulta, situada en un segundo piso, a la calle.
-“Por un millón de pesetas, véndoa”- me decía
Con ella hablaba de las dos mujeres anteriores, con las que solía intercambiar clientes (una vez me dio para que le leyera una carta de “a meiga de Baiñas” agradeciéndole que le hubiese enviado unos clientes) y de temas de meigallos aunque a ella no le gustaban mucho esas cosas. Una vez me contó el rito que se utilizaba en San Miguel de Vilela para sacar o aire o a sombra a los niños enfermos. Al niño se le hacía un hábito, se le llevaba a la fuente del santo y se le pasaba agua subiéndola por la espalda hasta la cabeza y la cara, y se decía:
“Vaite fulipa rapada
que coa auga do cu
laveiche a cara,
cun padrenuestro
e unha avemaría
dáte por curada.”
Una vez rezada la oración secaban al niño con el hábito y se tendía éste en los zarzales próximos. Nadie que quisiese al niño podía recogerlo.
A compoñedora fue denunciada varias veces, acusada de ejercer la medicina sin título, aunque nunca fue procesada. La verdad era que tenía más clientes que los propios médicos, y eso era algo que aquellos no le perdonaban fácilmente. En su defensa hay que decir que esta mujer sabía bien lo que podía curar y lo que no, de tal manera que en cuanto veía una rotura de huesos enviaba el paciente rápidamente al médico. Nunca se pudo demostrar que su “medicina” fuese perjudicial para el enfermo, ni tampoco que cobrase, pues no tenía precio fijo por su trabajo:
- “¿Que lle debo tía Chucha?”- le preguntaban
- “Hai quen me dá vinte pesos, e outros mais, e outros menos”- con lo cual orientaba la cantidad, pero siempre aceptaba lo que le daban