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TRABAJOS Y OFICIOS

 

Afilador

 

La profesión de afilador existe en Galicia desde hace siglos. Los afiladores son unos artesanos del afilado procedentes de la provincia de Ourense y más concretamente de los municipios de Castro Caldelas, Esgos, Chandreixa de Queixa, Nogueira de Ramuín, Pereiro de Aguiar, San Xoán de Río y Xunqueira de Espadañedo. Es curioso ver como dentro de la misma provincia salieron afiladores y como fueron por diferentes caminos tirando de una rueda, que también llaman tarazana o toura en lenguaje "barallete". De hecho, esa rueda fue el instrumento fundamental para llevar a cabo su industria ambulante, que trajo mucho dinero para Galicia. Los afiladores son los únicos emigrantes que llevan con ellos la herramienta de trabajo; de esta forma recorrieron las tierras de Castilla, Navarra, Cataluña, Valencia o Andalucía. Podemos decir que los afiladores fueron emigrantes eventuales, es decir, trabajaban durante unos meses y retornaban a sus aldeas con dinero en la temporada de la cosecha para ayudar en la casa; luego volvían marchar otra vez. Pero en muchas ocasiones estos hombres miraban más allá y embarcaban en los buques que salían de los puertos de Vigo o de A Coruña, siempre acompañados de sus ruedas, convirtiéndose en emigrantes en toda la regla. Eso sí, eran unos emigrantes atípicos porque, cuando llegaban a la ciudad de destino, no tenían el problema de buscar trabajo. Primeramente, buscaban un lugar de alojamiento, luego enfilaban cualquier calle tirando de su rueda y tocando el silbato y ya encontraban los primeros clientes que precisaban afilar cuchillos, tijeras, instrumental médico, arreglar paraguas, cazuelas…
Es uno de los oficios más característicos del mundo rural gallego, particularmente del norte de la provincia de Ourense. Mezcla de saber técnico y oficio itinerante, la ocupación de los afiladores gallegos nos llevó por el mundo adelante ejerciendo una peculiar forma de emigración estacional. Tenemos constancia de la existencia de afiladores ambulantes gallegos desde hace tres siglos. Es, pues, un oficio viejo que resistió las inclemencias de la historia gracias a la tenacidad de estos hombres curtidos en las más duras condiciones laborales, familiares y personales.

 

El afilador recorría las calles de la ciudad o poblado y para anunciar su cercanía solía emplear una pequeña flauta de Pan de cañas o plástico como silbato, llamado chiflo, la cual soplaba haciendo sonar sus tonalidades consecutivas, de grave a agudas y viceversa.

 

Las nuevas tendencias económicas que implantaron la cultura "desechable" de «usar y tirar» dejaron sin sentido el trabajo de los afiladores que, poco a poco, fueron desapareciendo de las calles, caminos y carreteras. En la actualidad, los afiladores sobreviven gracias a la venta de herramientas de corte en comercios y afilando ocasionalmente cuchillos y tijeras usadas en el hogar.
 

Hoy en día los afiladores aun son comunes en países en desarrollo, principalmente en los países de América Central y del Sur, donde la población no posee recursos suficientes como para cambiar de forma frecuente sus herramientas de corte.

 

 

 

 

 

Cesteiro

 

"O cesteiro" tenía rutas comerciales en las que no solo vendía sus productos, siendo los principales demandantes de ellos los campesinos, ya que los empleaban para la vendimia y para guardar el maíz, y que generalmente pagaban los cestos en especies, sino que también se aprovisionaban de materia prima.

Para la confección de los cestos se utilizaban madera de roble, castaño o sauce, aunque con el paso del tiempo la selección de la madera, la cual procuraban buscarla en montes de su propiedad o comunales, fué desapareciendo y se generalizó a todo tipo de árboles.

Los instrumentos de trabajo eran una pieza de madera denominada “burro”, de la cual el tamaño varía dependiendo de si el cestero trabajaba de pie o sentado; un cuchillo, con la peculiaridad de que está formado por una lámina de acero afilada con dos abrazaderas orientadas cara el lado del hilo.

Con el paso del tiempo, como comentamos con anterioridad, los cesteros sufrieron lo que todos oficios artesanales, es decir, una paulatina pero constante disminución de sus ventas, pues sus cestos no podían competir con los manufacturados industrialmente que, si bien eran de inferior calidad, al ser fabricados en cadena y con materiales más baratos eran considerablemente más asequibles que los otros, por no hablar de que las máquinas ofrecían un sinfín de posibilidades en que la capacidad y formas se refiere y a su disponibilidad era inmediata, al no tener que esperar a que el cestero los elaborara.
Así las cosas, hoy en día conseguir un cesto artesanal, es casi un imposible, ya que gran parte de los últimos cesteros que todavía ejercían fallecieron, y los que todavía viven abandonaron su profesión, una profesión a la que numerosos escritores gallegos dedicaron menciones, artículos o en algunos casos libros enteros.
En algunas zonas las cestas se compraban en los mercados (as feiras) por lo que la labor del cesteiro era pasar una o dos veces por año por los pueblos y aldeas donde en muchas casa rurales era requerido para reparar las cestas que estaban en mal estado, pues con el tiempo y el uso siempre se rompía alguna de las tiras de madera con las que las cestas estaban fabricadas.

 

 

 

 
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